LA COMETA,
HISTORIA DE UN AVE SIN PLUMAS
“Encima de una montaña, de cualquier otro pequeño
monte o sobre un terreno plano, se puede lanzar un sueño que se hace diminuto
en el cielo. Quizá no es el más ambicioso, pero sí es el que más se acerca al
anhelo de la calma y la pasividad. No tiene más combustible que las caricias
del viento y alguien que desde abajo impulsa su imaginación.
Sin duda, las cometas
o barriletes (como se les conoce en varios países de habla hispana) son objetos
plagados de mística que hechizan a muchos. Elaborados en papel o plástico
buscan imitar a las aves verdaderas, con la única intención de llenar el cielo
de colores. Aunque su origen se remonta tres mil años atrás, las cometas
resisten el paso del tiempo y sobreviven en la pasión de miles de aficionados
en todo el mundo.
Muchos las asocian a
un juego de niños, pero el gran entusiasmo que ellas generan, está entre los
adultos, quienes son los grandes cometeros, porque no sólo dominan la artesanía
de fabricarlas, por cierto, con una pulcritud y creatividad admirables, sino que
además se toman muy en serio el placer de remontarlas al viento, al punto que
cada día encuentran mejores y originales formas de jugar con ellas.
Precisamente, la cometa tiene dos momentos cumbres: uno es la confección y otro
el desafío de elevarla. Así es hoy en día y ha sido siempre, aunque al
principio tuviera un significado más espiritual que recreativo.
El alma en un
barrilete.
Hay que remontarse a
Oriente para escarbar en los verdaderos orígenes de la cometa. Nació en China
hace tres mil años y se extendió luego hacia otros pueblos asiáticos. Primero
se fabricó en papel de arroz y cañas de bambú, pero era tan frágil que sólo
resistía un vuelo, luego de muchos meses de trabajo. Occidente la conoció a
partir de los viajes realizados a China por Marco Polo. Precisamente, su
denominación como barrilete, es una deformación del vocablo español barrilito
que aludía a la forma que tenían los primeros diseños.
Son los orientales
quienes le han atribuido a la cometa un significado y una utilidad
espirituales. Aún hoy se conservan algunas de esas tradiciones milenarias. En
su libro Las cometas: pájaros de papel, Juan Gallardo señala que en algunos
pueblos de Corea, cuando nace un niño, es aconsejable escribir su nombre en una
cometa, lanzarla al aire, cortar luego el hilo, dejándola perder en el vacío y
de este modo hacer que los malos espíritus se confundan tratando de perseguirla
y dejando al bebé libre de cualquier mal presagio.
Una cometa fue
utilizada primero en la invención del pararrayos. En junio de 1752 Benjamín
Franklin se valió de un barrilete para mostrar al mundo que el rayo no era un
poder sobrenatural u otra fuerza celestial desencadenada por la ira de los
dioses, sino un fenómeno eléctrico.
Este científico logró
remontar una cometa en plena tormenta, con el ingrediente de añadirle una punta
metálica, de tal forma que esta atrajera el rayo y así se produjera una
descarga eléctrica. Con esta riesgosa hazaña nació el pararrayos. La cometa
entonces sirvió de vehículo a la ciencia, primero para demostrar una teoría,
pero más tarde para salvar vidas, pues con este invento muchas fueron las casas
y familias que se salvaron de una descarga de ese tipo.
Sin embargo, allí no
termina el prodigioso uso de los barriletes. Estos elementos son la forma más
primitiva del avión y por tanto, fuente de inspiración de los famosos hermanos
Wright. De acuerdo con Gallardo, hacia 1894 apareció un invento conocido como
la cometa caja porque estaba formada por cuatro cajas. Este artefacto fue
lanzado al aire y varios espectadores comprobaron cómo lograba elevar a su
inventor sobre el mar. Con esto se demostraba que una cometa de cierta
complejidad era capaz de mover y transportar a una persona.
“En todas sus formas, las cometas han sido y serán elementos de diversión y
magia, herramientas para hacer realidad el sueño de volar y convertirse en ave,
además de ser la perfecta escusa de compartir en familia con sus hijos.”
Referencia
Martínez,
L (2001). LA COMETA, HISTORIA DE UN AVE SIN PLUMAS. EL TIEMPO. Recuperado de https://www.eltiempo.com/archivo/documento/MAM-463766
el 17 de agosto de 2019.
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